La frase la dijo un compañero en el que fue el sexto día del Laboratorio
Iberoamericano de Innovación Ciudadana (vamos ya por el noveno, comenzó
la cuenta atrás) para zanjar una situación que, aunque intrascendente
teniendo en cuenta el contexto, a Feliciana (y por veces a
Desesperación, y a Furibunda, otra hermana que aún está por salir) le sigue pesando en el cuerpo y en el corazón.
Rodeados de guardias de seguridad, uniformados y sin uniforme, el
viernes los cerca de cien promotores, colaboradores y organizadores
implicados en el evento tuvieron que enfrentarse con la directora de la Biblioteca Digital Telmex, el centro que ha estado brindando el espacio y el apoyo técnico durante todos estos días, para debatir una cuestión
que afecta de raíz a la propia presencia del grupo en la ciudad de
Veracruz: la libertad de expresión y la posibilidad de que uno mismo, el
vecino o aquel de quien no se conoce ni el rostro –y con quien no se
tiene que estar de acuerdo, por cierto– puedan ejercer su libertad de
expresión.
El escenario lo había elegido el grupo con cuidado unas horas antes,
reunido en asamblea en el comedor del hotel donde se aloja. Tenía que
ser fuera de las instalaciones de Telmex, un lugar donde de repente
parecían no ser bien recibidos, sentados en el suelo para no intimidar
por su número –acordaron no elegir representantes porque todos querían
estar presentes y tener voz– y en una especie de anfiteatro griego o
romano que, pese a ubicarse en un centro comercial de las afueras, un
lugar en el que la única luz es la de neón, parecía conservar el sentido
original de lugar para el encuentro y la comunicación. La guardia
privada y la falta de diálogo –que no de palabras suaves– diluyó un poco
estas buenas intenciones iniciales. Y le dejó a Feliciana –que se pasa
con el felicianismo hasta cuando lo rebaja a su mínima expresión, vaya bofetada de realidad – un mal cuerpo que no logra quitarse de encima.
Horas antes, en el desayuno, Feliciana y sus compas conocían que la
dirección del centro se había sentido molesta por los carteles colgados
por algunos de los participantes en el Labic. Carteles referentes a la
mundialmente conocida desaparición de 43 jóvenes estudiantes del Estado
de Guerrero y la movilización posterior contra la impunidad de este tipo
de crímenes a lo largo y ancho del país.
Por poner un poco en situación, la Biblioteca Digital Telmex, vinculada
al grupo de telecomunicaciones Telmex, está ubicada en el centro
comercial "Plaza" Nuevo Veracruz y es "un centro de conocimiento e
innovación educativa" que ofrece acceso gratuito a Internet y equipos a grupos de escolares y a la población en general. Hasta donde ha podido
ver Feliciana, es un lugar bastante estricto en cuanto a su funcionamiento donde no está permitido tomar fotos, ni colgar carteles,
ni comer o beber salvo en determinados espacios... espacios que no
invitan al encuentro o el diálogo, según el sentir de Feliciana.
Diariamente todos los participantes en el Labic deben escanear varias
veces sus identificaciones y equipos (como ha dicho algún compañero
irónicamente "para no robarnos a nosotros mismos"), si bien algunas de
estas normas se han relajado durante la estancia del grupo, incluyendo
la de tomar fotos y la de fijar carteles en las cristaleras del centro.
Poco a poco, promotores y colaboradores han ido cubriendo los muros que
los separan de las "calles" del centro comercial –dando intimidad, según
considera Feliciana– con un collage colorido que incluye los planes de
trabajo para los siguientes días, las ideas que van surgiendo, los
esquemas de cada proyecto y las diferentes invitaciones a la
participación de otrXs compañerXs.
Nada de esto molestó el domingo. Tampoco el lunes. Ni el martes o el
miércoles. Hasta que el jueves a alguien se le ocurrió colgar el cartel
que encabeza este post y con esa frase tan bonita, "quisieron
enterrarnos pero no sabían que éramos semillas" pasó algo que a
Feliciana la emociona profundamente, y es que otros también usaron el
espacio para expresar su inquietud por el tema y añadieron a esa crítica
poética una noticia tomada del periódico y un número 43 escrito con
rotulador en un folio.
Y con ese número 43 prendió la mecha. Entonces se retiraron de las
cristaleras todos los planes de trabajo para los siguientes días. Todas
las ideas que iban surgiendo. Todos los esquemas. Todas las invitaciones
a la participación de otrXs compañerXs.
Al parecer surgió la
preocupación por que las fotos de aquello se subieran a las redes
sociales. Se hicieron llamadas a instancias superiores. Y por un momento
pareció estar en cuestión la permanencia del grupo en el centro. Y, por
un momento también, pareció estar en cuestión el interés del propio
grupo por permanecer en un lugar que no tolera ni la demanda más básica,
que es el derecho a la vida y a que se persiga a quienes atentan contra
ella.
Tras largas horas de asamblea, en la que quien quiso expresó su opinión,
se acordó una reunión con la persona responsable de hacer una montaña
de apenas un par de folios escritos a mano. Además de buscar la
horizontalidad, se acordó pedir una explicación por lo sucedido y unas
disculpas por haber manipulado sin consentimiento los trabajos
expuestos. Y también, entendiendo que quien toma este tipo de decisiones
no siempre lo hace en conciencia sino por presiones o por miedo, la
idea de elaborar un documento en el que se eximiera de responsabilidad
al centro por las opiniones expresadas.
Cuatro días más tarde, Feliciana cree que no se ha entregado tal
documento. Las disculpas en cambio sí se obtuvieron, ese mismo día, pero
sin el sentir ni el compromiso que hubieran esperado los miembros del
grupo. Como explicación obtuvieron algo así como que las cristaleras no
eran el lugar indicado para manifestar opiniones políticas. Que la
biblioteca es una empresa de Responsabilidad Social Corporativa – un
post aparte quizás merecería este punto– y que como tal no puede
vincularse con opiniones políticas. ¡Ah! Y que el grupo era bienvenido a
expresar sus opiniones – ¡por favor! – siempre que fuera en otro tipo
de soportes.
A Feliciana, y a otras personas acostumbradas a vivir con un poco más de
libertad, se les han ocurrido mil formas de darle la vuelta a una
excusa tan infantil y volver el asunto en contra de quien lo provocó.
Pero ni Feliciana ni esas personas viven en México, un país en el que 88 periodistas han sido asesinados y otros 18 han desaparecido entre el año 2000 y finales de 2013 según
Reporteros sin Fronteras... parece que
algunos de ellos en Veracruz.
Las personas que sí tienen que vivir en ese país luego, con unas
cervezas y escuchando los lindísimos sones jarochos en el malecón , se sinceraron con Feliciana y le contaron cómo se les rompe el
alma casi a diario con la violencia que sacude su tierra. Y cómo, casi a
diario también,
sigue habiendo quien se levanta
por motivos bastante más serios que un par de folios escritos con
rotulador. Y eso Feliciana lo respeta y le produce un sentimiento de
profunda solidaridad. Y una tristeza que estos días, mascando las
palabras... y escribiéndolas, y tachándolas y reescribiéndolas... apenas
es capaz de expresar.